University of Pittsburgh

Beatriz Sarlo
Borges en su laberinto

 

La forma obstinada de un laberinto ocupa el gran salón circular del Palais de Glace. Estamos en "El Universo de Borges", donde el orden de los objetos responde a un mapa temático cuyas regiones identifican deicis éis espacios, agrupados a su vez en cuatro grandes reinos: Bibliotecas, Eterno Retorno, Laberintos y Mitologías.

En el laberinto mayor hay un espacio que tambi én se llama Laberinto, cumpliendo así con el requisito borgeano de la puesta en abismo: figuras dentro de figuras. Duplicaciones, fotografías, traducciones, manuscritos y obras impresas, cuadros, espejos, r éplicas, superficies pulidas, hacen su papel de dobles. Los relojes de bolsillo acumulados sin orden en una vitrina, el reloj de arena en otra, muestran un tiempo detenido, circular y periódico como el que Borges conjeturó en relatos y poemas. El bestiario: tigres dibujados por Borges a los cuatro años, su gato Beppo, un sello chino, esculturas zoomórficas remiten a una zoología imaginaria. La foto de Leonor Acevedo de Borges, un perfil bellísimo de señora distinguida y todavía joven, marca la huella biográfica de un itinerario, donde tambi én están las imágenes de sus amigos, de María Kodama en las instantáneas de los viajes, las poses de los grupos literarios, los sepias de Jorge Luis y Nora Borges a comienzos de siglo, el dibujo del árbol genealógico de la familia. Ejemplares de Prisma nombran a la vanguardia de los años veinte. Un estante muestra los libros: Kipling, Conrad, James, Stevenson, Poe, Swedenborg testimonian las obsesiones que Borges citó en sus textos. En otra vitrina, varios ejemplares de folletines de Eduardo Guti érrez. Obviamente, tambi én está el Martín Fierro.

Cada cual encontrará su Borges en esta exposición. Yo me detengo frente a las manitos de bronce de dos llamadores. Llegan del Buenos Aires de las primeras d écadas del siglo XX, cuando colgaban al costado de las puertas. Vaciadas en metal, esas manos cortadas a la altura de la muñeca y clavadas con los dedos hacia abajo sobre la madera del marco, solían aferrar en su palma una esfera tambi én de bronce. Ella era la que golpeaba la puerta y producía el sonido de la llamada. Son objetos extraños esas dos manos cortadas, que el visitante apresaba con su propia mano para anunciarse. Perfectos simulacros, miniaturas, cuya amputación de un cuerpo ausente produce hoy, en las vitrinas de la exposición, un efecto contradictorio. Son familiares y siniestras como restos de un pasado que ha perdido su función para conservar sólo una forma. Tienen algo de la perturbación que los surrealistas buscaban con el collage de fragmentos de grabados antiguos. Conocemos la poca simpatía de Borges por el surrealismo, y, sin embargo, las manitos están bien en su vitrina, porque citan un tiempo al que tambi én pertenece esa carátula del cuaderno marca "Lanceros Argentinos", donde Borges escribió dos palabras: Martín Fierro, que recuerdan a una de sus obsesiones más perdurables.

En el video de Edgardo Cozarinsky, que puede verse en una de las salidas del laberinto, Borges dice: "La infelicidad y la nostalgia son la materia del arte". Esta exposición muestra más la nostalgia que la infelicidad. Las fotos de Borges sonriendo son imágenes a la vez felices y convincentes: la sonrisa es abierta, simpática, confiada. ¿Donde buscar la infelicidad? ¿Cómo mostrarla?

Hay un grabado de Piranesi y la torre de Babel de Brueghel. Piranesi muestra su arquitectura sombría, de falsas simetrías y falsos empalmes: perspectivas imaginarias. Brueghel abre el infierno borgeano de la proliferación. Quienes recorran la exposición se sorprenderán cuando encuentren, reiterada y periódicamente, su propia imagen en los espejos que cierran el laberinto: esa duplicación sorprende por lo extemporánea (tambi én es extemporánea la inclusión del lector en la ficción, como Borges lo hace en "El Aleph"). En esa duplicación Borges descubría un principio de infelicidad, una suma perturbadora al orden del mundo. Lo escribió, atribuy éndoselo a los sabios de un planeta imaginario en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius".

Otro grabado de Etienne-Louis Boull ée muestra una sala de la Biblioteca Nacional de París. El proyecto de Boull ée, clásico dibujo acad émico del siglo XVIII, es una perspectiva sim étrica de un recinto inmenso, abovedado, una especie de cañón gigantesco, cuya multiplicación es imaginable precisamente por la simetría racional y la posibilidad de repetición exacta de los vol úmenes geom étricos. Está muy bien, en este "Universo de Borges", el grabado de Boull ée: menos turbio que Piranesi, pero tambi én proclive a la multiplicación, señala el orden de la biblioteca y tambi én su potencial infinito.

En su video, Cozarinsky filma un largo recorrido de Borges por la galería que daba a la sala de lectura de la vieja Biblioteca Nacional, en la calle M éxico. Borges va solo, con pasos seguros, la mirada puesta en un punto más allá de la cámara que va anticipando su recorrido. Precedido por su bastón, Borges camina entre la balaustrada y los estantes. No necesita ver para saber que está en el espacio que probablemente haya conocido de manera más completa, aunque ya fuera un ciego a quien le fueron dados, al mismo tiempo, los libros y la noche. Bibliotecas, páginas impresas, manuscritos de letra pequeña y gentil. La exposición sigue el camino que Borges trazó para leer a Borges.

 


  Publicado en Página 12, septiembre 1993


 

© Borges Studies Online 14/04/01
© Beatriz Sarlo


How to cite this article:

Beatriz Sarlo. "Borges en su laberinto"  Borges Studies Online. On line. J. L. Borges Center for Studies & Documentation. Internet: 14/04/01 (http://www.borges.pitt.edu/bsol/bsbl.php)